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Cuentos de hadas

La Hilandera

Había una vez, en un reino distante, un molinero y su única hija, quien era de una belleza sin igual. Vivían en la humildad, y su riqueza residía únicamente en el amor que se tenían. Un día, el rey citó al molinero, reclamándole impuestos atrasados. Desesperado por impresionar al monarca y sin un centavo a su nombre, el molinero inventó una historia increíble: «Mi hija posee el don de tejer oro puro a partir de paja», afirmó.§

El rey, codicioso y curioso, ordenó que la joven fuera traída al palacio. «Transforma esta paja en oro antes del amanecer o ambos pagarán caro su engaño», le dijo al confinarla en una habitación repleta de paja.

La muchacha, que nunca había hilado en su vida, se vio atrapada en una pesadilla. Las lágrimas brotaron de sus ojos al enfrentarse a lo imposible. Fue entonces cuando un peculiar hombrecillo apareció de la nada. «Buenas noches, preciosa damisela. ¿Qué te aflige?», preguntó con una voz suave.

«Atrapada por un cuento de mi padre, debo convertir esta paja en oro, y no sé cómo», respondió ella entre sollozos.

«¿Qué me darás a cambio si realizo esta tarea por ti?», indagó el extraño.

Con poco más que ofrecer, la joven le entregó su collar. Para su asombro, el hombrecillo trabajó toda la noche y, al amanecer, la habitación brillaba con hilos de oro.

El rey, avaricioso ante tal maravilla, aumentó la tarea. La joven, desolada, encontró al misterioso ser una vez más, ofreciéndole su anillo a cambio de su ayuda. Y así, la magia se repitió.

Pero la codicia del rey no conocía límites. Prometió casarse con ella si lograba una hazaña final: llenar una torre entera de oro. Sin nada más que ofrecer, el hombrecillo propuso un trato oscuro: «Entregarme tu primer hijo», sugirió. La joven, desesperada, accedió.

Con la torre convertida en un tesoro dorado, el rey cumplió su promesa. Pero cuando nació el primer hijo de la reina, el recuerdo del pacto volvió a ella con angustia. El hombrecillo regresó a reclamar su premio, pero la reina ofreció riquezas a cambio de su bebé. El ser, sin embargo, buscaba algo más valioso que el oro.

«Te daré tres días para adivinar mi nombre; de lo contrario, el niño será mío», desafió el hombrecillo.

Tras dos días de intentos fallidos y nombres extravagantes, el último emisario de la reina trajo noticias de un encuentro fortuito en el bosque: un hombrecillo bailando alrededor de una fogata, cantando su nombre, Rumpelstiltskin, en un descuido que sellaría su destino.

La noche final, tras varios intentos, la reina pronunció el nombre correcto. Ante la revelación, Rumpelstiltskin, consumido por la ira, desapareció para siempre, dejando tras de sí un legado de misterio.

La reina, el rey y su amada hija vivieron en paz y felicidad, recordando siempre el valor de la verdad y la astucia por encima de la codicia.